El reconocimiento de las propias potencialidades y las
potencialidades de la acción colectiva.
Somos esa trama que se reconstruye, con nuestras prácticas
desde hace años resistimos a la fragmentación y hoy tenemos como capital las
muchas experiencias de acción colectiva que supimos y pudimos construir.
También somos los que nos hemos dado el lujo de parar y
mirarnos, de darnos el tiempo para la conversa, para el encuentro, como nos
enseñaran los compañeros del Movimiento Campesino de Córdoba, y allí descubrir
que cosas queríamos cambiar, abolir y nos animamos a continuar transformándonos. Curarnos las heridas,
cuidarnos.
Esas experiencias nos paran en un horizonte de posibilidad
creadora, de capacidad política transformadora.
Jugamos y trabajamos con niños, niñas y adultos y adultas,
recreamos con jóvenes nuevos espacios de libertad, construimos nuevos espacios
de pertenencia, nos proponemos poner el cuerpo en situación placentera,
festejamos, compartimos la comida, conversamos, discutimos, sumamos a vecinos y
vecinas a la experiencia de hacer con otros sabiendo porqué y para que hacemos lo que hacemos. Sea
huerta, reciclado de objetos, cuidado del río, revista, video o teatro.
Donde hay violencias, faltas, vulnerabilidades ponemos
palabras, cuerpo, escucha, compañía, vínculos, sostenes. Lo que hacemos no es pequeño, lo que hacemos es cercano. En ello
radica una renovada legitimidad de nuestras prácticas.
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